jueves, 14 de julio de 2011

GALERNA DEL 61



Medio siglo de luto pesquero «De aquella no llevábamos ni aros salvavidas»  «Había muchos murmullos e inquietud en el Nodo»  «El barco quedó bajo el agua en dos ocasiones»  «La galerna me dejó sin padre; yo tenía 6 años»  «Nunca he vuelto a ver la mar así de mala»

Medio siglo de luto pesquero «De aquella no llevábamos ni aros salvavidas» «Había muchos murmullos e inquietud en el Nodo» «El barco quedó bajo el agua en dos ocasiones» «La galerna me dejó sin padre; yo tenía 6 años» «Nunca he vuelto a ver la mar así de mala»

El recuerdo de la galerna de julio del 61 une a las gentes de la mar para rendir homenaje a los 24 muertos



Medio siglo de luto pesquero «De aquella no llevábamos ni aros salvavidas» «Había muchos murmullos e inquietud en el Nodo» «El barco quedó bajo el agua en dos ocasiones» «La galerna me dejó sin padre; yo tenía 6 años» «Nunca he vuelto a ver la mar así de mala» 

Francisco L. JIMÉNEZ / 
Ignacio PULIDO 
Estrella Rodríguez Vigil aún se emociona cuando narra lo sucedido entre el 12 y el 14 de julio de 1961. Cuando habla de la galerna en la que murieron su marido, Manuel Ángel Menéndez Marqués, y otros 23 asturianos sus ojillos vivarachos se humedecen y toda la energía que aún despliega a sus 84 años se desvanece. Su relato sobre aquel dramático episodio, mil veces repetido, plasma el estado de ánimo de quien ha vivido con una herida incurable en el corazón y, aún así, a fuerza de coraje fue capaz de sacar adelante una prole de cinco hijos y proclama hoy con orgullo que «nunca les faltó de nada». No hay resentimiento hacia la mar en las palabras de Estrella Rodríguez, si acaso un poso de cierta resignación; como esposa de pescador sabía de los riesgos de un naufragio. Era y es el sino del pescador. Lo dejó dicho Ernest Hemingway: «El mar es dulce y hermoso, pero también puede ser cruel». 

La crueldad del mar Cantábrico se puso de manifiesto en la galerna del 61, que sembró de luto los puertos de Avilés, San Juan de la Arena, Cudillero, Candás, Lastres y Llanes como nunca antes. Veinticuatro muertos en total -fueron 83 en toda la Cornisa-, doce de ellos de La Arena y ocho de Avilés, las localidades cuyas flotas salieron peor paradas. El próximo martes se cumplen 50 años de la galerna y las gentes de la mar no olvidan la catástrofe ni quieren que las generaciones jóvenes tengan como única referencia de aquella tragedia un apunte en los libros de Historia. Quedan supervivientes, viudas y huérfanos para contar lo ocurrido en primera persona y vecinos que en su día, en un alarde de solidaridad, se volcaron con las familias afectadas a los que agradecerles el gesto. Con esos mimbres y mucha ilusión las asociaciones vecinales del Nodo y de La Arena han preparado sendos programas de actividades que servirán para repasar lo ocurrido y rendir un homenaje póstumo a los muertos. 

Las crónicas de la galerna del 61 hablan de un «imponente temporal», de «irreparables consecuencias» y de «drama en los puertos». Los supervivientes describen el estado de la mar como «montañoso», lo que supone una categoría de grado 10 en la escala Beaufort, cuyo máximo es 12. Semejante graduación implica vientos de 48 a 55 nudos, olas muy altas (hasta 12 metros y medio) con crestas de espuma colgantes y baja visibilidad. Un infierno. «Los viejos siempre decían que las galernas duraban entre seis y ocho horas; la del 61 duró casi tres días, nunca se vio cosa igual», cuenta el pescador avilesino jubilado Pedro Solís, que vivió la galerna a bordo del «Angelina». 

La galerna de la que ahora se conmemora el cincuentenario pilló a la flota asturiana -más de 300 barcos- en plena costera del bonito. El Cantábrico enfureció de súbito y golpeó sin piedad a los pescadores. Se registraron 21 naufragios, con un saldo en todo el litoral de 83 muertos, 53 viudas y 126 huérfanos, algunos hijos póstumos como Paulina Menéndez, hija del tripulante del «Campo Eder» Paulino Menéndez Marqués. 

Los puertos de San Juan de la Arena y Avilés fueron duramente golpeados. El primero perdió a doce de los catorce tripulantes del «Águila del Mar», patroneado por Belarmino González, que salvó la vida junto al marinero José Cuervo. También se fue a pique el «Padre Nazareno», si bien la dotación tuvo la fortuna de ser rescatada sana y salva por un bou francés. De Avilés naufragaron el ya citado «Campo Eder» (tres víctimas de la misma familia, dos hermanos y un primo) y «La Fea» (cinco muertos, entre ellos un padre y su hijo). Nunca se recuperó cuerpo alguno. 

Los pescadores que salvaron la vida describen el horror vivido durante la galerna con la gallardía de los lobos de mar. Así lo contaron en su día algunos protagonistas: «Los barcos se pusieron a la capa (estabilizar el buque en la recalmada de las olas a la espera de que el mal tiempo amaine) pero viendo que la cosa se ponía cada vez más fea empezamos a correr la galerna (popa al viento) intentando llegar a algún puerto de refugio. Tras recoger los aparejos y trincar el utillaje de la cubierta, el grueso de los tripulantes se refugió en los ranchos (uno de los habitáculos del barco) y dos o tres personas quedaron al mando: el patrón al gobierno, y uno o dos marineros amarrados a los palos para avisar de los golpes de mar que llegaban. Y así una hora tras otra, pensando que aquello era el fin». 

En el caso del avilesino Pedro Solís lucharon con las olas durante un día y una noche. «Por todo elemento de seguridad llevábamos en el barco un chivato (una radio rudimentaria) y cogíamos el parte meterológico francés. Nada más, ni lancha salvavidas, ni chalecos, ni aro. Nada, íbamos a pecho descubierto», relata. 

La lección fue tan grande que la comunidad pesquera y las autoridades se concienciaron de la necesidad de revisar todo lo relacionado con la seguridad marítima. La galerna del 61 supuso el fin del vapor como medio de propulsión de los pesqueros y puso de manifiesto la uregencia de afrontar sin tardanza un proceso de renovación de la flota. Hubo avances en materia de capacitación de patrones y diseño de buques pesqueros (dejaron de construirse lanchas con popa en forma de cola de gallo, sustituidas por las actuales en forma de nuez), empezó a hablarse por vez primera en Asturias del concepto de seguridad en lo relacionado con la pesca y mejoraron las predicciones meteorológicas nacionales. 

Otras lecciones que dejó de la galerna del 61 fueron de índole humano. En primer lugar, el arrojo y la determinación que mostraron los marineros sorprendidos por el temporal a la hora de ayudar a otras naves y hombres en apuros. Ese código del mar que obliga a auxiliar a los náufragos en cualquier mar y circunstancia fue el que obedecieron ciegamente, por ejemplo, los tripulantes del «Aniceto Fernández», que salvaron de una muerte segura a doce de los tripulantes del «Campo Eder». 

La solidaridad que se desplegó en el mar tuvo continuidad en tierra. El lunes 17 de julio de 1961 la iglesia de Santo Tomás de Cantorbery acogió el multitudinario funeral por los pescadores fallecidos en medio de un duelo generalizado y un silencio sepulcral. Escenas parecidas se vivieron en La Arena, donde lloraban a doce de los suyos. El barrio del Nodo y la cofradía «Virgen de las Mareas», en el caso de Avilés, se volcaron con las familias de los difuntos, el Estado prestó ayuda económica a viudas y huérfanos y la ciudadanía avilesina contribuyó a la causa con una suscripción popular que superó el medio millón de pesetas de la época. Los que entonces eran niños y se habían quedado huérfanos, como Manuel Ángel Menéndez, hoy empleado de la Casa del Mar, aún recuerdan cómo fueron reconfortados, consolados, mimados por sus vecinos del Nodo, gente que lleva salitre en las venas y que entendía mejor que nadie su desgracia. 

El tercer y último gesto que da idea de la pasta de la que están hechos los pescadores fue la entereza de ánimo con la que volvieron a la mar tras el duelo. Dice un dicho popular que «quien ha naufragado teme a la mar aún en calma». De ser verdad, los que vivieron la galerna del 61 hicieron de tripas corazón porque al día siguiente del funeral por los difuntos los primeros barcos zarparon en busca de bonitos. Otros se quedaron en puerto reparando los daños sufridos y se incorporaron a la costera con posterioridad. Incluso los tripulantes del «Campo Eder», que al haber perdido el barco fueron reubicados en otros. 

Medio siglo después nada de todo esto se olvida en los puertos asturianos y para que el recuerdo de la trágica galerna de 1961 perdure otros 50 años las gentes de la mar reinvidicarán en los próximos días la memoria colectiva de la catástrofe. Por los que se fueron, y por los que aún les lloran.

Pedro Solís Vilches Tripulante del «Angelina» 

«Una noche y un día estuvimos peleando con el oleaje, tratando de llegar a Santander. ¿Miedo? Yo tardé en ser consciente de la gravedad de lo que había pasado. Años después viví más galernas, pero en barcos más seguros. En 1961 por no llevar no llevábamos ni aros salvavidas a bordo».

Luisa Santos Su abuelo sobrevivió a la galerna 

«Había muchos murmullos y mucha inquietud por el barrio del Nodo. Cuando llegaba un barco bajábamos volando para el muelle, a ver cuál era y quiénes venían a bordo. Recuerdo los lloros, la pena. Mi abuelo, José Gándara, «El Coreano», vino en uno de aquellos barcos».

José Ángel Álvarez García Tripulante del «Deliciosa Vista» 

«Las olas eran inmensas. Nunca he vuelto a ver algo semejante. El barco llegó a quedar bajo el agua en dos ocasiones. Estuvimos a punto de hundirnos y llegaron a darnos por desaparecidos. Llegamos a La Arena el día 18 de julio. A los dos días, volvimos a la mar, con la guardia alzada».

Manuel Ángel Menéndez, «Luco» Huérfano de pescador 

«La galerna me dejó sin padre. Yo tenía seis años. Recuerdo a los vecinos del Nodo abrazándome, dándome besos... todos me cogían y me arropaban. Y eso me hizo presagiar, del modo en que lo hacen los niños, que algo malo había pasado pero entonces no sabía qué».

Manuel Fernández Argudín Tripulante del «Deliciosa Vista» 

«El día 11 el estado de la mar era muy bueno; el día 12 la mar se puso fatal. Nunca la he vuelto a ver así. Navegábamos con el viento en popa. Tuvimos que remolcar al «Puente Nuevo», patroneado por Kiko Coronel, un hombre muy curtido en la mar. Logramos salvarnos todos».

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