viernes, 26 de agosto de 2011

Dejar de ser villa de paso

Arnao aporta historia, poblado, mina pionera y fábrica junto al mar, configurando un paisaje fuerte, con personalidad, cargado de patrimonio minero e industrial. Una villa fabril diferente y personal que necesita de una nueva mirada para afrontar el futuro, con evidentes recursos para nuevas actividades, en un emplazamiento que le confiere oportunidades para lo que quiera ser, si consigue aunar esfuerzos y recursos en una misma dirección.

Una villa fabril

El núcleo castrillonense, reflejo del inicio de la industrialización asturiana, tiene ante sí posibilidades en el ámbito turístico vinculadas a un conjunto patrimonial de los que no abundan en España
FERMÍN RODRÍGUEZ / RAFAEL MENÉNDEZ
CENTRO DE COOPERACIÓN Y DESARROLLO TERRITORIAL (CECODET)
Arnao es vida unida a la minería y a la industria. Algo bastante habitual en Asturias, pero aquí se conservan elementos característicos de los inicios del proceso industrializador y forman por ello parte fundamental de nuestro patrimonio histórico contemporáneo y de la propia identidad territorial de la región.

Es parte del conjunto de las villas fabriles asturianas, núcleos de población crecidos a lo largo del ciclo industrial, vinculados a una sola o a unas pocas empresas mineras e industriales. Desarrollan pequeñas estructuras urbanas que atienden las necesidades de residencia y servicios básicos de la población, a la vez que atraen a trabajadores. Se localizaron en las inmediaciones de las instalaciones fabriles, ante las dificultades que presentaba el transporte de viajeros en las épocas iniciales. Representaban físicamente, en algunos casos, la jerarquía empresarial y social, al tiempo que facilitaban cierto control social de los trabajadores.

Numerosos ejemplos salpican la geografía asturiana: Bustiello, Trubia, Lieres, La Camocha, Trasona y otros, así como la mayoría de los núcleos surgidos en las inmediaciones de los pozos mineros que se ponen en marcha en las primeras décadas del siglo XX. Arnao se adelantó en el tiempo en la minería subterránea y es por ello villa pionera del ciclo industrial y minero asturiano. Destaca, a pesar de su escasa población residente, como uno de los núcleos que han llegado mejor conservados en sus referencias de villa fábrica, a pesar de su escasa dimensión y su integración en el paisaje rural.

Entre la mina y la fábrica, entre las playas de Arnao y del Cuerno, se compone una mínima estructura urbana, al servicio de la empresa y de las necesidades de sus trabajadores. El caserío se alarga hacia el Sur por El Pontón, Navalón, Las Campas, La Castañalona y San Francisco, siguiendo la carretera de Piedras Blancas, villa capital del concejo, con la que Arnao ha tendido a vincularse, en las proximidades también de San Martín de Laspra, cabecera parroquial.

En el caso de Arnao, su personalidad fabril remite a la Real Compañía Asturiana de Minas y su instalación, a partir de 1833, en la costa de Castrillón. Arnao surge como población unida a la compañía y sus instalaciones, componiendo una pequeña villa junto a la mina y a la fábrica, siguiendo su evolución histórica. Carbón y metalurgia, los dos pilares históricos de la industria asturiana, tienen en Arnao uno de sus hitos fundacionales, en el ciclo industrial español, al que aportaron líneas de actividad que llegan a nuestros días. Alrededor de la mina y de la fábrica surgió un poblado con todos sus componentes, desde las viviendas diferenciadas hasta los edificios de servicios comunes: educativos, comerciales, sanitarios, sociales?

Todo está relativamente bien conservado, ya que el crecimiento contemporáneo buscó, en el caso de las instalaciones fabriles, la cercanía de la ría y puerto de Avilés. Y para la residencia y servicios a la población, Piedras Blancas, Salinas y Raíces Nuevo aportaron suelo, comunicaciones y mejores expectativas de crecimiento.

Queda poca población en Arnao, menos de doscientos residentes empadronados. Y un más que importante patrimonio relacionado con la historia de la industria asturiana, fundamental para entender lo que hoy es la región y su contribución a la industrialización española. Para una región cuya identidad contemporánea se apoya en su tradición industrial, Arnao es un hito a conservar para comprender. Aunque ello vaya en contra de la poca atención que la región ha venido dedicando, en general, a su patrimonio cultural e histórico, afectado por el abandono y la indiferencia administrativa y social. Es urgente cambiar la visión y valorar lo que el patrimonio puede aportar en el actual sistema económico.

Arnao debe afrontar las dificultades para la recuperación y puesta en actividad de un patrimonio para el que se necesitan ideas de futuro y sobran obstáculos burocráticos. Porque Arnao se sitúa en un lugar privilegiado de la costa asturiana y sus características apuntan a posibilidades abiertas en el ámbito turístico, si se sabe encuadrar su paisaje de otra época, los elementos del patrimonio, con las nuevas actividades y la función residencial, en un concejo que aún crece y que tiene una importante actividad turística. Para ello es fundamental la rehabilitación y recuperación integral de un paisaje urbano diferenciado y su imbricación en el poblamiento de Castrillón, en su relación con Salinas y San Juan, con Piedras Blancas y Laspra. La ordenación del territorio, en un concejo de poblamiento complejo como Castrillón, se revela fundamental para el próximo futuro. Al igual que la puesta en marcha de proyectos de futuro, realistas y ajustados a las posibilidades, pero sin poner obstáculos innecesarios a las iniciativas.

Arnao guarda muchos recursos en su original paisaje urbano y fabril. Desde una playa hermosa y concurrida hasta un conjunto patrimonial de los que no abundan en España, que resultan atractivos para el viajero que busca algo más. Turismo especializado, hostelería de calidad y recuperación ambiental de la playa y frente marítimo son caminos aún por recorrer, en particular en el espacio en el que la fábrica une Arnao con Salinas.

Aprecios de fábrica

Viejas y nuevas polas: Arnao (Castrillón)
 

Víctor Muñiz Cires, trabajador jubilado de la Real Compañía Asturiana de Minas, ha profundizado por vocación en la historia de la empresa que es origen y razón de ser de Arnao

Arnao (Castrillón), Marcos PALICIO
En Arnao, nacer predestinado es venir al mundo donde se presentó en 1924 el parto de Víctor Muñiz Cires, «en la finca de don Juan Sitges», director de la Real Compañía Asturiana de Minas, cuando «mi abuelo era jardinero», explica, y tenía la casa dentro». Aquel niño estaba predestinado porque va a trabajar para la empresa sin parar durante 51 años, de los 14 a los 65, y porque va a cumplir los 87 dedicado por vocación a estudiar y recopilar su historia con minuciosidad de artesano. Para cuando nació Cires, la RCAM ya no extraía carbón en la mina submarina de Arnao, casi recién anegada. Ya la compañía, y con ella el pueblo, había virado hacia la manufactura del cinc desde la factoría que estaba y está empotrada en el poblado y que era entonces la legítima propietaria, el padre y la madre de esta pequeña villa industriosa que la propia empresa fabricó, literalmente, para dar servicio a sus trabajadores.

En el medio siglo que pasó en su plantilla, como tantos otros habitantes de Arnao, Cires descargó vagones «de veinte toneladas», ejerció como cronometrador de cargas y descargas de barcos en el puerto, fue fogonero con su padre en «La Leonor» -legendaria locomotora que llevaba obreros y cinc de Arnao a San Juan de Nieva- y se jubiló siendo encargado general del taller... Porque «me gusta escribir y soy muy curioso», y acaso también por haber nacido casi exactamente dentro de la fábrica, ha reunido un valioso archivo personal repleto de notas manuscritas y detalles desmenuzados con meticulosidad, de fotografías y pormenores rescatados del olvido sobre la firma hispanobelga que dio a luz a su pueblo.

Puede que en aquel poblado obrero que recuerda de su juventud hubiera más vida, concede, y «mucha mocedad, más que ahora», pero el aspecto físico de Arnao apenas ha cambiado. «Ni cambiará, porque no tiene espacio por donde crecer». En el mismo terreno que ahora, eso sí, el pueblo tenía entonces sitio para más. «Había casino, campo de fútbol, cine a sesenta céntimos la entrada y cuadro artístico y rondalla», todo a cargo del paternalismo omnipresente de la Real Compañía. La villa tenía también eso que Muñiz Cires sigue llamando «paseo diario de mujeres», que transcurría «por la carretera hasta la portería de la fábrica» y alguna vez terminó con unos cuantos «alpargatazos» de las chicas para neutralizar los piropos inconvenientes de los fundidores de la planta. Aquel Arnao tenía pintadas de blanco todas estas casas que hoy son de varios colores y siguen teniendo en muchos casos los tejados de cinc. Las viviendas hechas por la RCAM, que llegó a tener más de cuatrocientas en Arnao y otras localidades de la comarca, han llegado hasta hoy, concede Cires, «mucho más arregladas», distintas. El pueblo ha perdido además la calidad de la instrucción en las escuelas del Ave María que Muñiz Cires casi inauguró en el primer cuarto del siglo pasado. Definitivamente, esta pequeña y muy peculiar villa obrera sólo parece que sigue siendo lo que era.

Por eso, viene a decir el trabajador jubilado, no conviene olvidar de dónde viene y a eso se dedica por vocación alguien que conoce perfectamente la identidad que desarrollaron la fábrica y este pueblo que no se comprendería sin ella. A Víctor Muñiz Cires se le entiende aquí perfectamente cuando dice que trabajó «en Arnao», sin necesidad de mencionar la compañía. Su historia, siempre con el castillete ya parado de la mina de carbón al fondo, tiene los ecos de aquel tiempo en el que un niño de 14 años, descartado inicialmente por «muy ruin», acababa encantado de poder cambiar la escuela por un puesto de aprendiz en la fábrica donde trabajaba el padre. «Me han mandado al taller de la crisolería», dice que dijo al llegar a casa. No sabía lo que era hasta que su progenitor disipó sus dudas: «Lo peor de la fábrica».

Víctor Muñiz Cires, que recuerda haber pasado mucho calor allí, fue conociendo la compañía desde los diversos ángulos que le garantizaron sus ocupaciones dispares en el organigrama de la factoría, que ha llegado a conocer literalmente de arriba abajo. Conserva fotografías, una memoria lúcida y páginas y páginas manuscritas donde no se escapa un detalle desde que todo empezó con aquella mina pegada a la playa, en 1833. Desde aquel día de diciembre en el que, escribe Cires, «cinco jornaleros dan los primeros barrenos en Arnao y se adquiere pólvora, hierro, un caballo y dos libros de cuentas»; desde que el arco de entrada a la primera explotación de carbón documentada en España se hizo exactamente con la madera de «72 robles, dos fresnos y un álamo» y «el 5 de enero de 1835 se registra el primer porte de carbón a Avilés, cincuenta quintales». Excavando en la historia, Cires atraviesa con meticulosidad la casuística múltiple del eterno problema que suponía aquí el transporte del mineral al puerto avilesino. Lo intentaron mucho por el mar, recuerda, y después de experimentar lo que podía hacer el Cantábrico innovaron por tierra cuando el ingeniero belga Adolfo Lesoinne «vino con un cargamento de útiles y máquinas para hacer un "camino de hierro" para las minas» y convertir a la de Arnao en la primera que utilizó el ferrocarril, en 1836.

La memoria del pueblo y su fábrica brota a borbotones de la indagación vocacional de Víctor Muñiz. Recorre el esplendor y el descenso de rentabilidad de aquella mina que daba un carbón «poco graso», según palabras de sus responsables entonces, «inadecuado para la coquefacción, pero especialmente conveniente para la metalurgia de cinc, porque es muy gaseoso y de combustión de llama larga». He ahí el principio del gran viraje de Arnao hacia la manufactura del cinc -«la primera colada experimental es de 1855»-, hacia la fábrica erigida junto a la mina, a la apuesta por un material «nuevo» y a la población del lugar enriquecida con abundante mano de obra extranjera. Llegaron albañiles, fundidores, crisoleros, se abrieron dos túneles para solucionar el transporte a San Juan de Nieva, bajaron a la mina submarina la Reina Isabel II en 1858 y el Rey Alfonso XIII en 1877, y Arnao, o la RCAM, internacionalizó la venta del producto desde finales del siglo XIX. El conjunto de mina y fábrica ya era para entonces, define Cires, «uno de los enclaves industriales más importantes de Asturias», una de las primeras «islas» fabriles en un entorno todavía eminentemente rural, que, según recuerda Cires, llamó la atención del periodista y escritor ovetense Rogelio Jove y Bravo. «Lo notable del lugar», decía, «es la serie de panoramas que desde allí se descubre, y el fantástico espectáculo del valle de Arnao al anochecer, cuando se perciben los haces de rojas llamas saliendo de altas chimeneas, los millones de luces de colores brotando de los hornos de fundición, las nubes de humo enrojecidas por el fuego y los confusos rumores que surgen de talleres, máquinas y galerías». Pero la admiración, corrige Cires desde la experiencia en carne propia, «no era seguramente compartida por los que trabajaban en el interior», porque esos «millones de luces de colores que llamaban la atención del escritor producían en realidad un calor insoportable».

Fue precisamente la singularidad de Arnao, no obstante, lo que se llevó por delante su mina desde las primeras filtraciones de agua salada, en 1903, y hasta el cierre definitivo por inundación el 12 de septiembre de 1915. Casi todo lo que ocurrió después aquí ya lo puede contar Cires tirando sólo de su memoria de aquel pueblo que nunca dejó de ser lo que la Real Compañía quiso que fuera. Si puede escoger, eso sí, su rincón preferido es esta escalinata que da a la puerta del edificio de ladrillo visto que fue la escuela de Arnao, las escaleras de la poblada foto de grupo del curso de sus 14 años. Su imagen es ésta, combinada con aquella otra del lugar donde en realidad empezó todo, frente al mar de Arnao, donde Cires escribe que queda «en pie como testigo el singular castillete, revestido de láminas de cinc, sin duda único en el mundo, que todavía hoy podemos admirar, dominando altivo, como un atento vigía, la hermosa concha de Arnao». La mina volverá a la vida reabriéndose para recibir visitas de turistas el próximo septiembre y se expondrá la «Leonor», pero ésa ya será otra historia.
Maquetas de la locomotora «Leonor» y de la casona de Arnao realizadas por Víctor Muñiz Cires.


lunes, 22 de agosto de 2011

Los recursos dormidos y los fósiles en el mercadillo

Hay otras a la vista. La silueta fantasmal de la «casona», por ejemplo, vigila Arnao y el Cantábrico desde lo alto del promontorio que separa el caserío disperso del pueblo de la zona de la playa y el barrio de la mina. El palacete neorrenacentista de 1880, antigua residencia de la familia Sitges, la del director de la Real Compañía, es, después del pozo, el segundo yacimiento que aquí se observa con ilusión cuando se otea el futuro. Su estructura deteriorada, dos cuerpos conectados por un corredor volado, es un ejemplo de hasta dónde puede llegar la potencialidad turística que de momento sólo se intuye en la localidad castrillonense. El inmueble de la casona es desde hace ya casi diez años propiedad de la familia Loya, que además de dar de comer en el Real Balneario de Salinas atisbó un recorrido turístico en la instalación de un restaurante para bodas y banquetes mirando al Cantábrico desde aquí, utilizando el aval de su cocina con Premio Nacional de Gastronomía y estrella Michelin. Ellos lo vieron primero. La casona de Arnao es suya incluso desde antes de que estuviera en proyecto la rehabilitación y reapertura de la mina submarina castrillonense, pero el propósito de hacerlo restaurante y en su caso hotel ha llegado hasta hoy «estabilizado».

Han pasado nueve años desde que se resolvió el trámite espinoso de la autorización de Costas, afirma Miguel Loya, y alguno menos desde que el proyecto recibió el visto bueno de la Consejería de Cultura del Principado, pero quedan otros trámites urbanísticos sin resolver, enlaza el empresario, vinculados con la inclusión de la finca en el entorno de la mina y unidos a los efectos de la crisis económica, que han enfriado la financiación de un proyecto costoso. Los planes, no obstante, siguen en pie, persuadidos como están sus promotores de que «el sitio es maravilloso, no hay otro igual en Asturias». Loya trabajó en esta casa sirviendo comidas «de niño», cuando el inmueble era todavía de la Real Compañía, y ahora lamenta las trabas, pero no admite dudas sobre el recorrido de esta zona, «que veo muy fácil de rehabilitar, que prácticamente nadie conoce», «es muy bonita y está casi muerta». Arnao es este sitio que apenas ha conocido más que un chigre desde que sus habitantes tienen memoria, este pueblo que se recuerda servido además por un estanco, un chiringuito en la playa y en su día el casino y el economato, y que debe recibir, a juicio de Loya, un impulso evidente cuando al fin la vieja mina marinera empiece a dejar pasar a turistas.

Aquí, eso sí, ya presumen de cierto hábito en la recepción de visitantes ilustres. No recuerdan a Isabel II bajando al pozo en 1858 ni a Alfonso XII imitándola en 1877, pero sí las visitas más recientes e informales de Juan Carlos I, que se hospedaba en Arnao cuando en los primeros ochenta su yate se reparaba en San Juan de Nieva. Ahora, no obstante, se avecina una etapa diferente, el cambio de sentido de lo que siempre fue una población industrial en dirección a otra fuente de riqueza distinta. «Va a chocar un poco», admite Omar Suárez, que, sin embargo, adelanta que lo más probable es que «Arnao siga siendo lo que es». La geografía determina, dice, que no haya espacio para transformar en pequeña villa residencial este pueblo prácticamente unido a la urbanidad poderosa de Salinas, por un lado, y Piedras Blancas, por el otro, de este espacio diferente de casas bajas cuya fisonomía permanece casi inmutable desde la Guerra Civil. El atractivo, eso sí, «lo tiene entero», y el impulso de la mina, confían aquí, promete al menos descubrírselo al resto del mundo. Pero no son sólo de carbón las piedras que prometen hacer visible Arnao. Además de éstas y las de la casona, hay otras esparcidas por el acantilado que pasarían desapercibidas si no se explicara su origen e importancia en unos paneles al borde de la playa. Son «calizas», dice aquí, y «pizarras grises y margas rojas y verdes», fósiles datados en el Devónico Inferior, con una antigüedad en torno a los cuatrocientos millones de años, que enseñan historia a los geólogos. A ellos ahora y a todo el mundo dentro de un tiempo esperan aquí, porque está en proyecto un itinerario para enseñar a conocer y a valorar mejor la «plataforma de Arnao», otra forma de despertar recursos dormidos necesaria a los ojos de quienes llegaron a ver estas rocas a la venta en mercadillos de Cataluña y expuestas en Oviedo, en el Fontán.

Es una tarde nublada y calurosa de agosto y la pleamar casi ha borrado la arena en la pequeña playa de Arnao. Las olas llegan al pedrero, pero no han disuadido a un grupo relativamente numeroso de bañistas y paseantes. Aquí ha pasado el tiempo en el que «no venía casi nadie» a la playa «proletaria», donde la costumbre decía que «venían a ponerse morenos antes de ir a Salinas», apunta José Muñiz, vecino del pueblo. Hoy, el arenal de Arnao tiene recién acicalado su entorno, que es el de la mina, y vuelve a ser un activo para este pueblo que ha tomado el topónimo de una derivación de «harenatus»: «Lleno de arena». El bar de la playa tiene las sillas de la terraza vacías y la puerta cerrada en pleno verano, por eso hay que mirar al mar para sacar partido a la que es, sostienen aquí, «la mejor playa del Cantábrico». O la más segura, cuando habla José Manuel González, «Pepe Imera», aportando pruebas con la significativa fecha exacta del «último ahogado por accidente» en la mar de Arnao: «El 18 de julio de 1936».
el castillete en la playa. Arriba, Ana Gil y Rosita López, sentadas en las piedras de La Cantera, con el castillete de la mina detrás y, a la derecha, pegado a él, el edificio que fue sala de máquinas y casino, futuro museo. Abajo, Fernando Fernández observa el mecanismo de las jaulas que bajan por la caña del pozo, bajo el castillete. / mara villamuza 
el castillete en la playa. Arriba, Ana Gil y Rosita López, sentadas en las piedras de La Cantera, con el castillete de la mina detrás y, a la derecha, pegado a él, el edificio que fue sala de máquinas y casino, futuro museo. Abajo, Fernando Fernández observa el mecanismo de las jaulas que bajan por la caña del pozo, bajo el castillete. / mara villamuza 

martes, 16 de agosto de 2011

La caída del muro del Villar

En la parcela donde antaño se erigía una casona palaciega se construye una residencia para ancianos con 120 plazas y cuya gestión aún está en el aire

Piedras Blancas,
Daniel BLANCO
El palacio de Villar era una antigua casona situada a las afueras de Piedras Blancas perteneciente a una familia adinerada del concejo. La finca estaba rodeada por altos muros que hacían inaccesible el paso; la tapia impedía saber lo que ocurría en los espléndidos jardines de la finca y ocultaba el interior de la majestuosa construcción. Ahora esos muros están a punto de venirse abajo porque en la parcela donde se erigía el suntuoso edificio toma forma la primera residencia pública para personas mayores del concejo: el centro de mayores «Fuente del Villar».

El Ayuntamiento llegó en 1999 a un acuerdo con los propietarios para adquirir parte de los terrenos, (la casa, los jardines y el bosque colindante) a cambio de recalificar el resto de la propiedad para que se pudieran construir 26 viviendas unifamiliares. Pero el vetusto edificio sufrió un incendio antes de ser entregado al Consistorio y la intención municipal de habilitar en la zona una residencia de ancianos y un centro de día también quedó hecho cenizas.

Con el paso de los años, otra constructora se decidió a sacar adelante el proyecto, que al fin cobra forma. Las obras concluirán a finales de este año, según la alcaldesa Ángela Vallina. La residencia ofertaará 120 plazas y otras 30 el de centro de día, el primero del concejo. Está, no obstante, pendiente de definir cómo será la gestión del centro, que depende del Principado. «En un principio la gestión iba a ser pública pues nuestra intención es convertir "El Villar" en la primera residencia de gestión municipal en Castrillón. Sin embargo, el cambio de gobierno regional deja abierta la incógnita de cómo gestionará el servicio la Consejería de Bienestar Social», apostilla Vallina.
El palacio del Villar, en estado ruinoso antes de comenzar las obras de recuperación de la finca.
La única certeza es que Castrillón ha ganado un nuevo espacio público. Los antiguos muros de piedra que rodean la finca se mantendrán, pero con una altura mucho más baja, creando una especie de laberinto que recuerde el origen palaciego del lugar. Los jardines y el bosque trasero se abrirán para que la gente transite libremente y disfrute de ese espacio verde.

martes, 2 de agosto de 2011

Senda de historia y leyenda

El trazado que une los concejos de Soto del Barco y Castrillón permite divisar la isla La Ladrona, entre otros enclaves, y restos de la Guerra Civil
Arnao,

Myriam MANCISIDOR

La Senda Norte que enlaza los concejos de Soto del Barco y Castrillón recoge a cada paso historia y leyendas. El camino, con distintas entradas y salidas, se puede iniciar a los pies del «pozo güelo» de Arnao. El trazado costero avanza siguiendo la línea serpenteante de playas y acantilados. Tras superar el mirador de Las Arribas, la senda topa con la isla de La Ladrona, en Santa María del Mar. Este islote es accesible en marea baja y posee elementos singulares como una galería subterránea en dirección norte-sur, un bufón en su vertiente oeste visible con grandes pleamares o con fuerte marejada y una cueva abovedada de grandes dimensiones. Además, la peña conserva parte del cerramiento de cuando se utilizaba para que pastaran las ovejas.

La Ladrona es también refugio de varias especies de aves marinas entre las que se encuentra el halcón peregrino. Entre la flora existente destaca la berza marina catalogada como «especie vulnerable» en el catálogo regional de Especies Amenazadas de la Flora del Principado. Además, en sus proximidades se encuentra el arrecife devónico de la playa de Arnao. Su nombre tiene detrás una macabra leyenda: la cultura popular acertó en llamar La Ladrona a este islote porque en sus recovecos solían aparecer los cuerpos inertes de los ahogados.

El paseo continua, ahora en descenso. Y los caminantes pueden observar restos de la Guerra Civil. En las proximidades del trazado se alza un nido de ametralladoras construido por republicanos durante la contienda para proteger la playa de Santa María del Mar de los desembarcos. De esta playa la ruta sigue hacia la playa de Bahínas, lo que obliga al senderista a cumplir con un nuevo repecho. De Bahínas a Munielles. La siguiente sorpresa del itinerario: la playa de Bayas, desde donde se puede observa la isla de La Deva catalogada Monumento Natural. El camino se puede ampliar tanto en el concejo castrillonense como en el sotobarquense, llegando incluso a la localidad conocida como El Castillo. La ruta pese a ser conocida como «rompepiernas» por sus desniveles merece la pena como fuente histórica y de leyendas.